martes, 28 de diciembre de 2010

Verano


El ruido de las chicharras y ese calor insoportable que se podía combatir con licuados de banana. Afuera la pelopincho emanaba el olor a plástico caliente y por los mosaicos se escurrían los charcos de agua. Acostados en la cama veíamos la luz escurriéndose por la persiana y las aspas del ventilador de techo que se movían peligrosamente. Sabíamos que afuera nos esperaba la pileta pero nos asustaban diciéndonos: “si no se duermen viene el hombre de la bolsa” y “tienen que hacer la digestión porque si se meten les agarra un calambre y se mueren”.

Y nunca nos dormíamos, contábamos historias, inventábamos cuentos y nos reíamos silenciosamente para no despertar sospechas de los mayores. No sabíamos qué día era porque el verano era eso, el disfrute infinito que solo se alteraba cuando llovía y veíamos desde adentro de la casa el agua cayendo en la pileta. Una vez que el sol volvía y el agua no estaba muy fría recomenzábamos el ritual del zambullido: ¿bomba o cabeza? ¡Lo que más salpique!

El momento más triste llegaba cuando había que vaciarla y veíamos cómo la manguera vertía lentamente el agua que además estaría fría, casi congelada. Y entonces nos escapábamos de la cama pero para ir a jugar con los chicos del barrio, tocábamos el timbre y salíamos corriendo (el famoso “rin raje”). También andábamos en la bicicleta, jugábamos carreras y cuando era la hora de despertarse volvíamos a meternos en la cama porque ni bien la abuela terminaba de ver la novela o el programa Yo me quiero casar, ¿y usted? se iba directo a despertarnos para que tomáramos el licuado.

Caminando por las calles de la ciudad me pregunto ¿dónde están los chicos? ¿a quién le tocan el timbre? ¿habrá alguna pelopincho en las terrazas? Cuando paso debajo de un local de ropa un chorro de agua me inunda la cabeza pero yo prefiero el agua de la pile…

lunes, 20 de diciembre de 2010

¿Y cuándo volvés?


Desde chica tenía cierta aversión por las salas de los shoppings, ese olor a plástico, ruidos de pochoclos, asientos perfectos, la iluminación. Y así fue que lo descubrió al LYON en el barrio de Caballito. Cada que vez entraba sentía cierta atmósfera atemporal, con olor a madera, público de avanzada edad y la visibilidad del proyector. Le gustaba la heterogeneidad, descubrir el asiento roto, la incomodidad de las butacas. Por que la sala estaba viva.
Una vez pasó por la puerta y se había ido pero tiempo después apareció rebautizado como CINEDUPLEX y se volvió a ir, una vez más. Otra vez se angustió, otra vez pensó en la tiranía de las grandes salas y la difícil resistencia de estos espacios que inevitablemente sucumbían.


Viajando en el colectivo lee La invitada de Simone de Beauvoir, es un libro amarillento, herencia de la tía Lelis. La tía Lelis había trabajado en los estudios FOX y le traía a la abuela las latas de fílmico que eran utilizadas por la familia como fuente de horno, “No sabés que bien quedan las tortas, riquísimas” solía decirle su abuelo. La tía era una apasionada de lectura y el cine, guardaba, por ejemplo, fotos autografiadas de actores famosos de la década del cincuenta. Y fue en ese libro donde se encontró el programa de un viejo cine Moreno ubicado en Avenida Rivadavia 5050, que pensó no existía más pero haciendo memoria recordó que el LYON y el Cineduplex estaban ubicados en… ¡Rivadavia 5050! Qué destino trágico, pensó, la tía se quedó sin el cine y a ella ya lo perdió dos veces.


La ciudad se vuelve a llenar de ausencias, las películas quedan desamparadas y que se enteren Lucrecia Martel, Pedro Almodóvar, Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, Sofía Coppola, Kim Ki-duk





jueves, 16 de diciembre de 2010

Escuchá, escuchá

Dedos sobre teclas, llamadas telefónicas, ruidos metálicos, mecánicos, zumbido de computadoras, celulares, algunas voces.

De repente el canto de un pájaro: -¿Alguien lo escucha? ¡Un pajarito! ¡Un pajarito! qué lindo sonido-

Dedos sobre teclas, llamadas telefónicas, ruidos metálicos, mecánicos, zumbido de computadoras, celulares, algunas voces.

-¿A dónde se fue?-

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Esas mismas veredas

Yo ni sabía dónde quedaba Puan pero cuando fui por primera vez para anotarme en el CBC descubrí que de las facultades de la UBA era la que más cerca quedaba de mi casa. Desde el primer momento la Facultad de Filosofía y Letras me gustó, la calidez de la gente, las marcas personales en todos lados: baños, paredes. Era una facultad viva, que permitía la expresión, que liberaba la creatividad.



Desde que empecé la Licenciatura en Letras cambiaron muchas cosas en el barrio, se demolieron muchas casas antiguas y no llegué a sacarle fotos a las fachadas. Cambió la tecnología también, de un primer celular pasé después a otro con cámara que me permitió sacar muchas fotos de este Blog.



Caminé nerviosa, haciendo memoria para parciales y finales, con fichas en mano.



Caminé feliz por una nota aprobada, por alguna idea de análisis. Y disfruté muchas materias: todas las teorías literarias (I, II y III), algunas literaturas, un seminario de Theodor Adorno.
Y también caminé muy triste, pensando en operaciones, en quimioterapia. La etapa más dura de la carrera no tiene que ver con la dificultad de aprobar una materia sino con todo lo que pasaba mientras estudiaba, cursaba y aprobaba o desaprobaba…



Camino esas calles como licenciada, como estudiante, cuántos recuerdos, muchísima emoción. Como la frase de la puerta de un baño: