domingo, 30 de octubre de 2011

Que sí, que no...



1.

Una nena juega en el subte con su papá, estira los brazos, se ríe hasta que cae al suelo. Llora y el padre la abraza, le dice que ya pasó:

-Me asustaste ¿te golpeaste de verdad o tuviste miedo?-
-Miedo- Vuelve a llorisquear y después estira los brazos para recomenzar el juego
-Está bien, siempre vas a tener miedo y eso es bueno-

2.


Cuando Pedro lo vio por primera vez un amigo lo llevaba puesto. Mientras los demás jugaban Pedro se imaginaba todos los escenarios posibles en donde lo podría usar. Pasó casi un año esperando ese traje y ahora aparecía en manos de sus tíos como regalo atrasado de cumpleaños. El día estaba lindo, fresquito, así que agarraron el mate, unas galletitas, la lonita y salieron todos rumbo a Parque Avellaneda.


Con sus cinco años y escasos noventa centímetros Pedro se puso el traje y empezó a correr por todos lados siempre bajo la mirada atenta de los tíos y un primo que apareció más tarde. De repente Pedro lo divisó: enorme, grandísimo y con un tronco extenso. Salió corriendo para subirlo pero en el primer intento se cayó al piso, volvió a intentarlo nuevamente sin éxito y un chico de unos catorce años se le acercó para gritarle: "¡El hombre araña!". Pedro lo miró, se sacó la máscara riéndose y haciendo señas de que no. Inmediatamente después se puso las máscara nuevamente y pensó que esta vez sí iba a poder así que tomó carrera, salió corriendo y logró subir, se deslizó entre el espacio formado por las ramas, bajó y estiró sus brazos hacia adelante tirando más telarañas.



lunes, 24 de octubre de 2011

Miran, dicen, oyen. Las voces

Todos los viernes las chicas se reúnen en el bar de Congreso, uno de los lugares que prepara el café más rico de la ciudad. Van llegando y se acomodan en dos mesas al lado del ventanal que da a calle Lavalle.

En la mesa contigua una joven lee, anota, escribe, pero a veces se le dificulta por el murmullo de las voces. No las ve, está de espaldas, pero de vez en cuando escucha algún comentario que le llama la atención y detiene la lectura. Así fue que se enteró que una prefería alejarse de la ventana: "¿Cómo? ¿No sabías? De chica una vez fui a una cama solar y me quemó la cornea, mal, re mal y de ahí en más siempre problemas con el sol, me quedó re sensible, medio que me quedo ciega sin lentes negros. No sabés los boliches, me encandilaban las luces, no veía nada. Cosas de pendeja. El invierno en las Leñas se me complica, esquiando veo muy poco". Sigue leyendo la novela de Clarice y tomando el café más barato que tiene ahí: lágrima en pocillo con mucha espuma. Además vienen unos granitos de café bañados en chocolate que son una delicia.

Hubo un viernes lluvioso que solo vinieron unas cuatro así que ese día aprovechó y volvió a sentarse al lado de la ventana, justo al lado de la muchedumbre.

El viernes pasado ese cúmulo indefinido de mujeres se le apareció con toda su crudeza. Primero fue una sonoridad indefinida aguda y chillona que se iba incrementando. Intentaba leer a Rodolfo Kusch pero entre esa horda fanática de voces algo la alcanzó con la fuerza de un grito añejo, opresivo, lleno de violencia: "¿Qué querés? Una tilinga".

Le quedó dando vuelta la frase, en la web apareció una definición: Cursi, que presume ser fino sin serlo. Bajó a comprar al supermercado y una pareja de señores mayores se indignó con la espera, el hombre dijo: "Qué cosa, éstos pibes son lentos". Lo dijo gritando, con cierta indolencia e imputabilidad que parecería ofrecerle la edad. Pero el cajero lo miró fijo y la joven lectora miró al cajero tratando de interponerse en la mirada y dándole un saludo también proletario. No se dio cuenta de que esta era la venganza, la de la tilinga, la del cajero y la de ella, una venganza tan silenciosa como ahogada la voz.

lunes, 17 de octubre de 2011

Sin saber me voy yendo donde

"La calle indudablemente no nos gusta.
Nunca advertimos todo lo que ocurre en ella.
La usamos en Buenos Aires, pensando siempre
en otra cosa, y la recorremos totalmente distraídos.
Nuestra calle tiene algo de convencional y teórico,
y pensamos que en el fondo nos fueron impuestas
con un trazado en el cual nunca intervenimos
y que, por eso mismo, nunca sabemos
adónde nos llevan".

Las calles de Cuzco, Rodolfo Kusch



La salida, la huida, las ganas de ver que detrás de las paredes también viven los cielos. Y menos daña el sol a la vista que ese aire viciado, el resplandor fluorescente, pantallas que titilan. Los ojos se mantienen abiertos, alertas, casi ni pestañean, como la imagen del film de Buñuel del ojo atravesado por la navaja. Filosa.

El adentro opresivo. El afuera es edén, es lluvia, es olor a pasto. Aunque apenas pueda caminar por Corrientes creéme que entiendo tu bronca y malhumor–, aunque avance a los golpes me siento lago que respira.

Aunque sea silencio angustioso y la calle me venza lo intento. Mi apuro, mi avanzar frenético, imita a las corridas de niñez por las veredas del barrio. Corro para llegar pero persiste esa sin razón del ir y venir hasta la esquina. Conozco los horarios pero me pierdo al observar los que van y vienen que también soy yo.

Creo mis propias formas de supervivencia, la ciudad que a veces odio también tiene sus grietas, hondas grietas que deforman y rebalsan. Lo cotidiano se extingue, se pierde, como el miedo agazapado.



Las imágenes corresponden a la exposición Louise Bourgeois: El retorno de lo reprimido (Fundación PROA)

lunes, 10 de octubre de 2011

Me voy a acordar siempre siempre


"pero yo no humanizo a los bichos, creo
que es una ofensa -hay que respetarles
la naturaleza- soy yo quien me animalizo"

Clarice Lispector, Revelación de un mundo


Una ronda, sí, era una ronda en el patio cubierto con chapas. El sol entraba por dos lados, el patio y la entrada del jardín que era una especie de estacionamiento, los otros daban a una pared y a las aulas. Recuerda la imagen de forma precisa, uno de esos instantes de la infancia que se cristalizan nítidos, con todos los matices para revivir la perdida sensación del momento.

La seño sacó de una bolsas un papelito y dijo su nombre, ella que se paró sonriente, con el sonido reverberando continuamente: "Soy yo, gané, gané". Fue al medio de la ronda formada por los compañeritos y agarró la jaula. En el primer encuentro lo miró con cierta timidez y asombro, lo miró mucho sintiendo que era una de las pocas cosas auténticamente suyas y con vida, aleteaba vida, tan rápido con las alitas.

La mamá de Patricio la iba a buscar así que la jaula tendría una escala antes de llegar al departamento. Ese día su mamá tenía prueba en la facultad y Ciudad Universitaria quedaba muy lejos así que otra vez a la casa de Patricio. Y Patricio jugaba todo el tiempo, de acá para allá pero ella, tan hiperquinética como era, se había quedado observándolo al lado de la jaula. El color era tan amarillo que reflejaba el solcito de la tarde, el pico tan chico y parecía tener cierto miedo que lo llevaba a andar de un lado para el otro, continuamente, agarrándose por momentos de los finos barrotes metálicos de la jaula. Y mirándolo lo bautizó: "Tweety, se va a llamar Tweety". Como las tortugas se llamaban Manuelita, los gatos Silvestre y así sucesivamente según el dibujo animado que estuviera de moda. Pero para ella "Tweety" era el nombre que se desprendía de la sensación de estar ahí frente a él, mirándolo, el canario más lindo del mundo, el que se ganó, el de ella, solo de ella. Y Tweety vivía en el balcón del lavadero pero duró tan poco, habrán sido unos meses, de un día para el otro se murió.

Después vino una mascota hecha con cartón y atada a un hilo que paseaba por todos lados. La infancia sin animales le resultaba excesivamente triste así que aprovechaba la visita a familiares o amigos para jugar con ellos y estrujarlos con mimos.

Ahora está en la reserva ecológica pero olvidó a Tweety, solo disfruta de todos esos pájaros que andan dando vueltas: torcacitas, pájaros carpinteros, reinas moras, de todo. Y ahí ve a uno tan lindo posado sobre la rama, pacífico, recortando el monótono azul cielo. Saca la cámara, zoom rápido y foco. Cuando ve la foto lo redescubre, detuvo ese instante animal bajo su mirada, a este no lo bautiza, este no tiene nombre, quedará ahí siempre quieto, detenido y nunca se va a morir.






lunes, 3 de octubre de 2011

Dentaduras



De chiquita abría la boca y decía "Dráculaaaa". Veinte años después espera en el consultorio leyendo y tratando de no quedarse dormida.

Un nene se agarra del mostrador de la recepción y estirándose para ver a la secretaria le dice: "¿Sabés una cosa? No quería venir, no-me-gusta". La secretaria se ríe y le comenta al padre que su hijo es divino y super sincero.

Recuerda cuando era chica, el miedo al dolor y al ruidito del torno. Tantos años con caries, ortodoncia y dolor de encías. Pero ahora va con cierta indolencia, la rutina de abrir la boca, saber de anestesia, conductos, perno y corona, prepaga. Ahora sí, sabe casi todo, está agotada pero resiste, piensa en la vuelta a la provincia, el tren, mucho sueño.

Entra al consultorio y se estira para mirar por la ventana, la dentista aún no llega. Descubre otra ventana, una luz y una figura humana ¿estará leyendo? Se queda mirando, se asoma, piensa que ahora puede ver, que tiene la altura suficiente para descubrir el otro lado y, sin embargo... no, no ve nada.