"pero yo no humanizo a los bichos, creo
que es una ofensa -hay que respetarles
la naturaleza- soy yo quien me animalizo"
Clarice Lispector, Revelación de un mundo
Una ronda, sí, era una ronda en el patio cubierto con chapas. El sol entraba por dos lados, el patio y la entrada del jardín que era una especie de estacionamiento, los otros daban a una pared y a las aulas. Recuerda la imagen de forma precisa, uno de esos instantes de la infancia que se cristalizan nítidos, con todos los matices para revivir la perdida sensación del momento.
La seño sacó de una bolsas un papelito y dijo su nombre, ella que se paró sonriente, con el sonido reverberando continuamente: "Soy yo, gané, gané". Fue al medio de la ronda formada por los compañeritos y agarró la jaula. En el primer encuentro lo miró con cierta timidez y asombro, lo miró mucho sintiendo que era una de las pocas cosas auténticamente suyas y con vida, aleteaba vida, tan rápido con las alitas.
La mamá de Patricio la iba a buscar así que la jaula tendría una escala antes de llegar al departamento. Ese día su mamá tenía prueba en la facultad y Ciudad Universitaria quedaba muy lejos así que otra vez a la casa de Patricio. Y Patricio jugaba todo el tiempo, de acá para allá pero ella, tan hiperquinética como era, se había quedado observándolo al lado de la jaula. El color era tan amarillo que reflejaba el solcito de la tarde, el pico tan chico y parecía tener cierto miedo que lo llevaba a andar de un lado para el otro, continuamente, agarrándose por momentos de los finos barrotes metálicos de la jaula. Y mirándolo lo bautizó: "Tweety, se va a llamar Tweety". Como las tortugas se llamaban Manuelita, los gatos Silvestre y así sucesivamente según el dibujo animado que estuviera de moda. Pero para ella "Tweety" era el nombre que se desprendía de la sensación de estar ahí frente a él, mirándolo, el canario más lindo del mundo, el que se ganó, el de ella, solo de ella. Y Tweety vivía en el balcón del lavadero pero duró tan poco, habrán sido unos meses, de un día para el otro se murió.
Después vino una mascota hecha con cartón y atada a un hilo que paseaba por todos lados. La infancia sin animales le resultaba excesivamente triste así que aprovechaba la visita a familiares o amigos para jugar con ellos y estrujarlos con mimos.
Ahora está en la reserva ecológica pero olvidó a Tweety, solo disfruta de todos esos pájaros que andan dando vueltas: torcacitas, pájaros carpinteros, reinas moras, de todo. Y ahí ve a uno tan lindo posado sobre la rama, pacífico, recortando el monótono azul cielo. Saca la cámara, zoom rápido y foco. Cuando ve la foto lo redescubre, detuvo ese instante animal bajo su mirada, a este no lo bautiza, este no tiene nombre, quedará ahí siempre quieto, detenido y nunca se va a morir.