jueves, 26 de enero de 2012

Dialogando con Arlt - Segunda Entrega

"Los dialectos no son estáticos, no son una herramienta
pura puesta a disposición, neutral para que alguien la use.
No se conserva en diccionarios. Está en los usuarios, es decir,
los hablantes de un dialecto dentro de una comunidad lingüística.
Los usuarios somos diferentes, las sociedades no son igualitarias;
con las formas lingüísticas presentes en los dialectos pasa lo mismo.
Dentro de una comunidad lingüística conviven variaciones y
variantes de formas y ninguna es degradación de otra."

Alejandro Raiter, "Educación, cambio lingüístico y hegemonía"




Roberto Arlt explica que hay un idioma típico de la ciudad y responde a las críticas de algunos lectores que le piden otro tipo de escritura:

"Escribo en un idioma que no es propiamente el castellano sino el porteño"

"Y yo tengo esta debilidad: la de creer que el idioma de nuestras calles, el idioma que conversamos usted y yo en el café, en la oficina, en nuestro trato íntimo, es el verdadero. ¿Qué yo hablando de cosas elevadas no debía emplear esos términos? ¿y por qué no compañero? Si yo no soy ningún académico. Yo soy un hombre de calle, de barrio, como usted y como tantos que andan por ahí".

"¿A dónde iremos a parar? pues a la formación de un idioma sonoro, flexible, flamante, comprensible para todos, vivo, nervioso, coloreado por matices extraños y que sustituirá a un rígido idioma que no corresponde a nuestra psicología"

Roberto Arlt, Fragmentos de Aguafuerte del 3 de septiembre de 1.929

Acá seguimos igual Roberto y el horror es un poco mayor, presenciamos una especie de "nueva degeneración". Lo que pasa es que con el uso de las computadoras y de los teléfonos móviles, los celulares, dicen que se sigue degenerando el lenguaje. Con ese idioma se discute, se ama, se vive, anda dando vueltas, circula, es parte de nuestra comunicación diaria, pero para algunos pone en peligro al otro idioma, el "correcto".

Retomando lo que vos decís Roberto también persiste esa absurda pedantería académica de creer que el idioma impone una distancia con el resto, que eleva el pedestal sobre el que ya se han subido. Hablar diferente es hablar mal, se levanta el dedo para acusar/nos de vulgares, estúpidos, incompetentes.

Pero ¿sabés qué? todavía se escucha hablar el porteño que vos decís, porque persisten ciertas formas lunfardas que son parte de nuestra forma de ser, de nuestro carácter. Se va a laburar en vez de ir a trabajar, se le dice un piropo a una mina o minita en vez de a una chica o muchacha, no te roban te afanan, no te tomás el colectivo te tomás el bondi y no se arma lío sino quilombo. Y decimos muchas malas palabras, puteamos, la puteada es parte fundamental de la supervivencia en la ciudad. Es una forma de descarga pero también identitaria, de convivencia en grupo, de imposición ante el avasallamiento del otro que: te tira el coche encima, te da mal el cambio o se cola en la parada de colectivo mientras vos estuviste como media hora ahí parado.

Me gusta eso que decís de idioma vivo, flexible, coloreado, ese es el idioma que hoy, en el 2012, aún persiste, estarías contento de escucharnos hablar. Lo más lindo de todo es que hacemos oídos sordos a esos "guardianes del idioma elevado", sí, como esos que te escribían a vos para decirte que escribas "mejor" en el diario. ¿Sabés que Roberto? tanto a vos como a mí nos importa un carajo.

Dialogando con Arlt - Primera Entrega


Roberto Arlt fue un periodista y escritor argentino que publicó entre los años 1928 y 1933 una columna en el diario El Mundo denominada "Aguafuertes Porteñas". Las aguafuertes no son un género literario en sí mismo, sino que toman la denominación de las artes plásticas, se trata de una forma de grabado. De todos modos no nos interesa plantear fronteras tan tajantes, consideramos a estas aguafuertes-crónicas como zona de contacto entre dos artes, Roberto Arlt como artista que va grabando páginas de ciudad.

Queremos traer esas aguafuertes al presente, rastrear los vínculos con el pasado y realizar las comparaciones pertinentes. ¿Qué ciudad vivió Arlt? ¿Qué ciudad construyó?

"Esto es el barrio porteño, barrio profundamente nuestro; barrio que todos, reos o inteligentes, llevamos metido en el tuétano como una bruje­ría de encanto que no muere, que no morirá jamás.
Y junto a una puerta, una silla.Silla donde reposa la vieja, silla donde reposa el "jovie". Silla simbólica, silla que se corre treinta centímetros más hacia un costado cuando llega una visita que merece consideración, mientras que la madre o el padre dicen:
─Nena; traéte otra silla.
Silla cordial de la puerta de calle, de la vereda; silla de amistad, silla donde se consolida un prestigio de urbanidad ciudadana"
Roberto Arlt "Silla de la vereda"

Las sillas han perdido su jurisdicción citadina Roberto, verás que son una especie en vías de extinción en estos tiempos. La silla en la vereda se ha convertido en una exposición al robo a mano armada, un peligro latente, la gente ahora se refugia en sus casas con cerraduras y alarmas. De todos modos me tocó verlas, en el conurbano bonaerense resisten. La navidad del 2011 encontró a una familia entera cenando en la vereda del barrio de Ramos Mejía, papá ,mamá, tíos, abuelos y los nenes, es como vos decís, el "nena tráete una silla" porque llegó algún familiar, el que trae el pan dulce o la ensalada rusa.
También en una villa miseria de otro barrio de provincia, La Tablada, las familias enteras festejaban y las sillas estaban dispuestas al lado de las piletas de lona porque el calor no aflojaba. Nos tocó ver a un papá Noel en moto que nos dio caramelos, fue el regalo más lindo que tuvimos, nunca lo vamos a olvidar y nos quedamos con ganas de bajarnos a festejar con ellos. Actualmente la gente asocia villa miseria con delincuencia, están tan equivocados Roberto, la discriminación no deja de ser una herida que supura en muchos argentinos. Pero para ellos una silla, para que vean que él, vos y yo podemos estar juntos, en plena camaradería, como bonaerenses, porteños, como lo que sea, a puro mate.

lunes, 23 de enero de 2012

Posibles Buenos Aires - Pinta Daniela Boo

Se baja y se sube, se vuelve a bajar de escaleras, colectivos, trenes, subtes. Son exactamente las mismas calles que se recorren con un ritmo frenético y la mínima atención posible para percibir el peligro latente de la moto que pasó en rojo o el colectivo que dobla pegado a la vereda. Un peatón ve la sombra del colectivo acercarse como acechándolo, se tira para atrás y mantiene la taza plástica de café intacta, especie de triunfo en mano. De los múltiples milagros cotidianos a los que recurre la ciudad para seguir funcionando hay algunos menos excepcionales.


Bicentenario - Daniela Boo

Los que aún no bajaron permanecen en el trance de un viaje indefinido acompañado por mensajes de texto, visualización de un afuera en movimiento que va perdiendo personas como árboles o algún tarareo musical casi inaudible. Ella estaba en Primera Junta pero se tenía que bajar en Carabobo. Un pasajero la despertó pese a su resistencia, el calor agobiante piensa mientras abre dificultosamente los ojos. Es puro bostezo, quiere quedarse y trata de recordar quién es, a dónde iba, perdiéndose en los puestos de libros usados de en frente.


Las horas - Daniela Boo

El que baje a las profundidades percibirá que los deliberados rayos de luz que se cuelan por las alcantarillas tienen otros matices menos conocidos e inexplorados. Algunos índices los encontrará el pie atento que tomando un café en avenida Corrientes siente las suaves vibraciones: ¿Lo oíste? Es el subte que habla. Y abajo alguien sentirá que el es el subte que llega, pero con los ojos inundados por profundas venas rojas no podrá ver más que una necesidad de sentarse y llegar, encontrarlos, cocinar con la albahaca de la huerta y sentir aroma a pasto mojado.

Hay alguien que puede ver cada una de las tonalidades, recupera el instante previo antes de la extinción ¿de qué? lo jamás visto:


Qué hay detrás de la luz - Daniela Boo


Para conocer la obra de Daniela Boo visiten su sitio web:


domingo, 22 de enero de 2012


Nueva sección del blog

Algunas Buenos Aires
imaginar
desear
escribir


Bs.AsposiblesimposiblesposiblesposiblesBs.As



domingo, 15 de enero de 2012

Te querré



Ese día Susana Elena y Beatriz Aída se despertaron como todos los días a las seis de la mañana. Susana sacó el mate cocido de la alacena y pensó que había que darle una nueva mano de pintura, estaba un poco descolorida y tampoco le vendría mal una capa extra de barniz. Beatriz fue a la heladera, sacó a la leche y la puso a calentar. Susana sirvió el mate cocido en las tazas, Beatriz añadió la leche y sacó unos bizcochitos un poco húmedos de un viejo envase de metal.

Susana fue al living para prender la radio a válvula que resistía indemne el paso de los años, puso el programa de Víctor Hugo y se sentó en el sillón. Beatriz prefería un poco de música pero igual se quedó escuchando. Beatriz se asomó al balcón y observó el edificio de en frente, en el departamento de la familia Jáuregi-Warrotz había un enorme árbol de navidad con luces de colores naranjas verdes, violetas y amarillas. Atrás del árbol se asomaba un nene de unos cinco años que al verla a Susana se puso a llorar provocando la aparición de una joven mujer que lo alzó en brazos.

Susana y Beatriz vivían allí desde chicas, habían sido testigos del cambio de fisonomía del barrio de Recoleta. Sus recorridos habituales incluían el almacén, La Biela (antiguo café en donde solían tomar Capuchino) y la iglesia del Pilar. Conocían cada espacio, cada pared, cada vereda y distinguían cualquier cambio por más mínimo que fuera. Algunos vecinos, los que como ellas también sobrevivían a la persistencia de los días, los meses y los años, las llamaban las "hermanitas corazón" porque siempre andaban juntas y nunca se les conoció ningún amor. Don Gervasio estaba enamorado de Susana pero era Beatriz quien se le insinuaba y fue un carnaval a fines de la década del 30, sería 1937 aproximadamente, donde Beatriz quiso bailar con Gervasio. Años después Gervasio se casaría con la hija del dueño de la curtiembre La esperanza.

Susana cerraba a las siete de la tarde la persiana y Beatriz preparaba la cena, los lunes carne al horno, martes bifes criollos, miércoles fideos con manteca, jueves churrasco con ensalada, viernes pizza, sábado arroz con pollo y domingo fideos con tuco. Susana se quedó dormida sentada en el sillón y no respondió el llamado de Beatriz que insistió varias veces hasta que se aproximó a Susana, se había convertido en un cuerpo inerte, frío, seco. Beatriz volvió a la cocina, sirvió dos platos de comida y uno lo puso en la falda de Beatriz, ella se sentó a comer y ahí también se quedó dormida.

Días más tarde el olor nauseabundo alarmó a los vecinos que se percataron de que ya hacía mucho tiempo que no veían a las hermanas. Cuando Luis, el portero y dos policías forzaron la puerta para abrirla lo que vieron fue más macabro de lo que esperaban, gusanos y cucarachas cubriendo dos pedazos de carne podrida. Todos salieron del departamento vomitando. Pero allí estaban Susana y Beatriz sentadas comiendo unos tibios fideos con tuco, el florero de jazmines recién puesto, la radio prendida y la voz de Víctor Hugo que le dedicaba un tango a dos hermanas que lo escuchaban siempre:

Estás en el paisaje, como el árbol,
la esquina, las estrellas y el malvón.
Estás en cada música de tango
y estás con otro nombre en cada flor.

Estás en el susurro con que llaman
las sombras del amigo callejón.
Y estás en cada noche en que las copas
agravan las tristezas del adiós...


Fragmento de Estás conmigo
Música de Carlos Lazzari y Letra de Carlos Bahr

domingo, 8 de enero de 2012

Suben y bajan


"¿Dónde habrá una ciudad en la que alguien silbe un tango
¿Dónde están, dónde están
los camiones de basura, mi vieja y el café?
Si esto sigue así como así ni una triste sombra quedará
ni una triste sombra quedará"
El anillo del Capitán Beto de Luis Alberto Spinetta



Pasa la mano por el volante siguiendo la forma circular, como acariciándolo. Acomoda una botellita de agua y una toalla al costado del asiento. El celular va enganchado al pantalón "No sea cosa que un pasajero me lo afane". Hace la señal de la cruz con la mano y arranca, me dice que tiene miedo de tener un accidente, de un asalto violento, de la agresión de un pasajero.

Julio repite día a día el mismo recorrido con la línea 1 de colectivos: de provincia a capital y de capital a provincia. Se levanta temprano, se baña, se afeita la barba y su mujer, Sandra, la ceba unos mates. Es temprano, alrededor de las cinco de la mañana pero mantienen una rutina amorosa silenciosa en las penumbras de un amanecer que apenas se anuncia. Sandra después duerme un poco más, agotada por la jornada laboral que la mantiene varias horas limpiando oficinas. Julio camina unas cinco cuadras para llegar a la terminal y ahí intercambian bizcochitos de grasa con los empleados de la línea.

Arranca el colectivo y progresivamente se va llenando, algunos pasajeros protestan porque no hay más lugar y gritan "que se vayan para atrás que está vacío". Julio pide colaboración pero se calla ante los primeros insultos y las expresiones tales como:"¿Pero qué te creés? Subí gente al techo flaco, NO HAY MÁS LUGAR". Sube una mujer mayor que se queda parada, Julio me explica que antes no era así, que en seguida le daban el asiento a embarazadas, viejos y chicos ni bien los veían subir pero ahora se hacen todos los dormidos. La señora intenta agarrarse como puede pero con cada frenada su cuerpo se mueve, flamea y la caída parece inminente. Finalmente en un movimiento brusco golpea a uno que está "dormido" y le termina dando el asiento.

Le pregunto a Julio por qué es colectivero, si eligió la profesión, pero antes de responderme mira uno de los espejos para abrirle la puerta a un pasajero. Retoma la marcha y me dice que no sabe, que de chico pasó mucha hambre, que fue muy difícil, vivió en la calle y ahora está ahí, arriba del colectivo y a pesar de todo le gusta la profesión. Por sus memoria transitan miles de historias, algunas las sigue a la perfección, como capítulos de la vida privada de la gente que él adorna con matices de telenovela, otras se le escapan y son esas las que más le gustan. Hay gente muy cayada que apenas lo saluda y después se pone a leer, a veces se duermen. Julio no me mira pero siento su mirada en uno de los espejos, descubro que en su relato me construye, que durante tantos años y tantos viajes me convertí en uno de sus enigmas más indescifrables.

El resto del viaje permanezco callada, parada al lado de Julio mirando la gente subir. Le agradezco su tiempo, le comento que voy a escribir algo y que después se lo mando. Me bajo del colectivo y pongo los pies sobre la orilla de la vereda, siento que el agua de la calle me inunda las sandalias pero me fui de mí, en mi ausencia me percato que no le dije nada a Julio, que el intercambio fue desigual. Subo a la vereda y me absorbe a la multitud. Siento la bocina del colectivo, Julio quiere saludarme desde arriba pero ya no me ve.




lunes, 2 de enero de 2012

Confitería L´Aiglon


"Hoy vas a entrar en el pasado
en el pasado de mi vida"
Fragmento del tango Los mareados


La conocí un 23 de diciembre de 1963, yo tendría unos veinte años y trabajaba en una oficina de de la zona Congreso como asistente contable, me la pasaba haciendo trámites, una especie de cadete. Un día la cola del banco era enorme, en esa época no se usaba como ahora el aire acondicionado y el ventilador no daba a basto para tanta gente acumulada. Yo salía sofocado y entonces antes de entrar a la oficina pasé por la confitería L´Aiglon que estaba en Callao y Bartolomé Mitre, me senté cerca de la ventana y me tomé un aperitivo Cinzano con mucho hielo y limón.

Cuando la vi llegar por Bartolomé Mitre me quedé helado, una cabellera larga rubia, una cadencia tan particular y un trajecito de color celeste iluminaban toda la vereda. Ella era luz, pura luz y yo no podía sacarle la mirada de encima, la devoraba... Bajé la cabeza para apreciar sus larguísimas piernas que cruzó con una elegancia aletargada, habrán sido unos pocos segundos pero para mí la eternidad se plasmaba en ella.

Llamé al mozo y señalándola pedí que le enviara un aperitivo de mi parte. Ella lo recibió, me buscó con la mirada, sonrió y me hizo señas de agradecimiento con la mano. Rogué que se acercara a mí y probé la pose más seductora posible. Pero ella permanecía indiferente leyendo una carpeta enorme de papeles. Yo no me había percatado de que hacía una hora que estaba sentado ahí, tenía que volver a la oficina. Pero fue ella la que se levantó primero, se acercó, me agradeció y me dijo unas palabras que no olvidaría nunca, recordando exactamente la sonoridad de su voz, sus labios rosados: "Gracias, muy lindo gesto de su parte, se lo agradezco y le deseo unas muy felices fiestas". Yo intenté decirle algo pero no pude, me quedé absorto contemplándola. Cuando salió su figura tapó el sol de frente y sentí que la sombra que proyectaba llegaba hasta mí.

Pasaron unos cinco años hasta que me la volví a cruzar, yo estaba más grande, más buen mozo y tenía en mi haber la experiencia de dos mujeres. Esta vez no se me va a escapar, pensé, estábamos sentados en misma confitería, ella ya no llevaba pollera sino un pantalón, la cara estaba un poco avejentada pero era tan bella como antes. Le expliqué que hacía unos años le había regalado un vermouth y que no había dejado nunca de pensar en ella, le pedí que me permitiera sentar allí y hablamos durante horas hasta que el lugar quedó casi vacío. Los meses subsiguientes fueron de pura pasión, Elvira y yo nos amábamos con locura, pasábamos días enteros encerrados en mi departamento de Callao. Todo terminó cuando ella decidió rehacer su matrimonio y volver a su casa para criar a su hijita Adriana de tan solo cinco años que reclamaba su cariño.

Y pasaron unos cuarenta años, yo me casé, enviudé y decidí buscarla por Facebook. Mi nieta me enseñó yo no tenía ni idea, me costó pero logré armar mi "perfil" como se le dice a eso y subir fotos. La busqué y la encontré, Elvira, era una foto de ella en las cataratas, usaba la tecnología mucho mejor, publicaba cosas en el muro, etiquetaba gente en las fotos, cosas que yo aún no sabía hacer... Y hablamos por mensajes, yo no sabía usar el chat y ella intentó mil veces explicármelo pero yo no lo lograba entender. Esperaba sus mensajes con un ansia juvenil, reviviendo ese pasado que se me presentaba en imágenes y sensaciones. Acordamos juntarnos en L´Aiglon, lugar simbólico, que daba cuenta de todo lo que habíamos vivido juntos. La cita era el 30 de diciembre de 2011 en la esquina a las 15:00. Yo me tomé temprano el tren -hacía unos años me había mudado a provincia, a Ciudadela- y llegué tempranísimo, casi a las 14 horas. Entonces me bajé de la línea A y fui directo a la esquina.


Estaba parado en la la confitería pero no esperaba lo que vi, deambulé de un lado para el otro, intenté mirar hacia adentro, imposible, los vidrios estaban pintados de blanco. Me puse los anteojos para ver de cerca y vi que L´Aiglon había sido declarada de interés cultural entonces me preguntaba qué había pasado, recordé la desaparición de otra célebre confitería también patrimonio de la ciudad, la Richmond...



Arriba de la puerta había un cartel de alquilado e imaginé lo peor, la construcción de un supermercado que destruyera todo el interior antiguo, el mostrador de mármol, o quizás una casa de comida rápida, como esa que habían puesto en Florida, con la promesa de "mantener la fachada" pero destruyendo todo el interior.



Elvira llegó unos minutos más tarde, no me saludó, señaló el cartel de alquiler y con los ojos llenos de lágrimas me dijo con tono grave: ¿Pero qué pasó? No supe que contestarle, los dos nos quedamos ahí quietos, callados, uno al lado del otro, buscando en la memoria un pasado que se volvía irrecuperable.