miércoles, 29 de febrero de 2012

Dialogando con Arlt - Tercera Entrega

Roberto Arlt nos regala una escena de descanso en medio de la jornada laboral:

"Compañero lector: si usted hace mucho tiempo que la yuga, tómese vacaciones. Duerma. Levántese a la santísima hora que se le de la gana; pasee, siéntese en una plaza y tome baños de sol mientras que un perro lo mira y mueve amistosamente la cola encontrando un amigo en usted; compañero lector: no trabaje tanto, descanse, recuéstese en una hamaca paraguaya, y tome la altura del sol con los ojos entreabiertos, que no hay cosa mas linda que tirarse a muerto, y mas ahora que se viene el calor. Hágale caso a su muy seguro y afectuoso servidor. No yugue tanto. No acumule millones para cuando sea viejo, ni haga meritos en la oficina. ¿Para que? Lea a los Santos Padres y lea a Kempis y luego agarre La Fija o Palermo y dígase:

—Yo atorro, luego existo — Este principio cartesiano es maravilloso.

—Yo atorro, luego existo."

Roberto Arlt, Fragmentos de Aguafuerte del 15 de noviembre de 1.929

*Atorro: Término lunfardo que refiere a dormir, descansar y también a llevar una vida de atorrante o de vagabundo.

Otra vez acertaste Roberto, eso es algo con lo que lidiamos diariamente, lo llevamos con nosotros a todos lados intentando mitigarlo y pensando en el sueldo de principio de mes. Tu imagen me remonta al campo más que a una plaza, a un árbol en donde colgar la hamaca que por cierto es uno de los lugares más cómodos para relajarse.

En este esfuerzo deliberado por querer hacerte caso caemos nuevamente en un miércoles de febrero en la ciudad, en la urgencia de los 60 minutos de almuerzo y al pasar por una plaza seguimos de largo, siempre seguimos de largo. Cuando estamos por despertarnos notamos que un retraso en minutos puede significar un viaje aún más complicado, problemas de tráfico, demoras y la queja del jefe. Hemos incorporado estos pequeños hábitos en nuestra rutina aunque no de la misma manera, claro.

Soñamos que estamos en una playa desierta o leemos libros en un colectivo repleto, apretados, casi sin espacio y observando cómo el que está parado gira su cabeza continuamente para ver qué es eso que nos tiene atrapados durante tantas cuadras. Tenemos a nuestro perro encerrado en casa, solo todo el día, para que cuando lleguemos nos reciba afectuosamente y así podamos sentirnos felices de que se alegre con nuestra presencia... Y entreabrimos los ojos mirando el sol pero porque después de tantas horas trabajando con la computadora nos arden y además el contraste con el encierro iluminado por luces de tubo nos abstrae completamente del afuera con sus sorpresas climáticas.

¿No será que leyendo tus aguafuertes Roberto nosotros, lectores, podemos sentirnos un poco en esa hamaca? pero lo de atorrar te lo debemos, no sea cosa de que en un descuido nos quedemos dormidos y aparezcamos quién sabe donde...


Foto de Maia Escobar, amiga artista de este blog

jueves, 23 de febrero de 2012

Voces


No me escuchaste, te lo dije mil veces, no quemé vagones pero sentí unas enormes ganas de hacerlo, de que por fin me escucharas. Le echaste la culpa a un "boicot armado" quizás lo fue, pero miles de voces te decían que viajábamos mal, apretados, con trenes en mal estado. Pensaste que "pedíamos demasiado", que exigíamos lujo y confort, aire acondicionado para viajar más fresquitos, te equivocaste otra vez.

Mientras vos hacías negocios con TBA, mientras todos ustedes se enriquecían yo llegaba tarde y agotado al trabajo, perdía el presentismo y hacía horas de cola para que me den un comprobante para mostrarles a mis jefes que el tren otra vez andaba con demoras. Sufrí todo: descarrilamientos, accidentes
, protestas gremiales y demoras sin razón también, porque a veces nadie nos informaba qué era lo que pasaba.

Mientras vos buscabas formas de justificar los accidentes yo lloraba por mi compañero de viaje que se había muerto, compañero con el que día a día hablábamos y tratábamos de guardarnos el asiento.

Mientras vos llegabas sentado en auto a tu oficina yo viajaba parado y apretado una hora o más, ¿te das una idea lo que duelen los golpes, la falta de oxígeno y el cansancio del cuerpo? Pero tenía que llegar y trabajar esas nueve horas sin parar. Yo me quejaba pero vos mirabas las imágenes del noticiero desde una distante soberbia, una miopía que sólo te permitía ver el jugoso negocio.


Como otras tantas veces esta vez tampoco creo que me escuches, no pido que te sensibilices, no tengo dudas de que no lo vas a lograr. Me tendrías que haber escuchado antes ¿sabés? me subestimaste a mí, nos subestimaste a todos y sobreestimaste el milagro de que no pase nada. Pasó otra vez, una vez más, quedáte tranquilo que ya no te voy a molestar más, porque esta vez sí, esta vez me mataste.

domingo, 12 de febrero de 2012

La vuelta




"Buenos Aires duerme. El horizonte al Este blanquea suavemente. Los fantasmas de la noche huyen al ocaso. En el claroscuro del ambiente susurran céfiros misteriosos, ondean suspiros, gritos, risas, llantos, besos, maldiciones y caricias imperceptibles.... Es el hálito de quinientas mil almas que vagan en las regiones fantásticas de los sueños."

Gradualmente la faja luminosa se extiende hacia el zenit: el horizonte se tiñe de oro y azul. - De repente millares de torres y agujas, cúpulas y campanarios surgen alumbrados con colores de fuego. Al oriente una pequeña línea de brillo ofuscante, se hincha, asume en un momento las dimensiones de medio orbe e inunda con un mar de luz un cuadro grandioso y lleno de encanto.
¡Qué sublime paisaje!"

Carta de Julio Popper en el libro "Tierra del Fuego recuerdos e impresiones de un viaje al extremo austral de la república" de José Manuel Eizaguirre


¿Cómo se vuelve? la pregunta resuena en una ciudad en la que el bullicio hace apenas perceptible su voz. Camina entre la gente, la golpean en un ritmo apresurado y ya nadie saluda. Tiene ganas de decirle buenos días al que viene caminando de frente pero recuerda que en la partida dejó olvidada la camaradería de los caminantes. Los pies están casi descalzos y casi no hay tierra pero sí basura diseminada en la vereda: restos de galletitas, envoltorios de alfajores y papeles. Ya no duele caminar, las distancias son cortas y se viaja con poco espacio circundante. Cuando está por subir al subte la guarda advierte de mala manera: –No hay más lugar, solo entran dos– y en la estación siguiente no deja subir a nadie diciendo a los gritos: – Tomen el otro Fiat que viene atrás, ¿no ves que no hay lugar?. Una pasajera le dice que ya dejó pasar tres y la guarda le dice riéndose –¡Esperá uno más así son cuatro! Inmediatamente recuerda el viaje en micro hasta El Chaltén (provincia de Santa Cruz), el chofer les dice si quieren tomar unos mates así que los preparan y lo comparten. El chofer cuenta que vino de Misiones y cuando le preguntan si le gusta El Calafate responde que no más que su pueblo. Habla tranquilo con una humildad y una tristeza añeja que también lo separan por kilómetros de la soberbia guarda del subte...

No sabía que les depararía la ida pero la vuelta se expresa con máxima dureza agudizando una nueva percepción menos idealizada de la ciudad. La primera visualización del paisaje patagónico le resultó sorprendente, amplios y extensos terrenos áridos, con matas de hierba seca que ondulaban marcando la dirección del viento. Aire fresco. Agua en tonos celestes. Lluvia. Viento. Sol. Lluvia. Inestabilidad climática que redefinía constantemente el paisaje aunque se mantuviera constante en su infinitud.

Esta ciudad destruye su pasado mientras las cuevas rupestres aún resisten al avasallamiento de voraces intereses económicos. Los ecos del pasado tehuelche (mejor dicho, chonke) comenzaron a resonar en las palabras del escritor Mario Echeverría Baleta y el artista Fernando Artega (talla rostros tehuelches en lenga). Al ayudarnos a comprender los signos en colores rojizos nos permitieron conocer el presente patagónico, los lazos indestructibles con los antiguos pobladores.

La vista se irrita con la computadora, el sol citadino se refleja en el asfalto y no es posible encontrar un lugar libre para la expansión de la mirada. Sin embargo, hay alguna mínima similutud con los campos patagónicos. La inmensidad era interrumpida por el alambrado de la propiedad privada. Nuestras miradas apenas lograban divisar un espacio libre, lagos, lagunas y montañas quedaban atrapados en un prohibido ingresar al que solo le escapaban choikes (ñandúes), guanacos, cóndores, caballos, liebres...

En un intento desesperado por recuperar lo vivido se calla, intenta abstraerse del bullicio exterior pero los bocinazos y una persona que viene detrás le grita:
Ey, movéte, hace como cinco minutos que estás ahí parada ¡no dejás pasar a nadie! Al volver a la oficina recuerda que ayer, lunes, soñó cerros y montañas, ahí erguidos en pleno Buenos Aires y al despertar se preguntaba qué caminata harían esta vez, que lugares y paisajes descubrirían...



"Tus alas. Alas de cóndor. Que mantienes erguidas mientras soy el humano de la urbe, del aluvión de asfalto y cemento. Soy centellas de plástico, pies de vidrio y manos acrílicas. Pero puedo percibir cómo se alza tu ala. Ala de pájaro ebrio de éxtasis."

"Ala de cóndor", fragmento del poema de Esteban Ierado: http://www.temakel.com/node/279