miércoles, 29 de agosto de 2012

Las lluvias

  


El clima perseveraba en humedad. Ni bien salió pensó que sus planes se verían afectados por un fuerte temporal que mantenía a la gente refugiada. Pensó en la otra ciudad, la de sol, las tardes de verano, esa ciudad que era considerada como ideal para la caminata. Esta, en cambio, era prácticamente invisible. ¿Qué hago? Se preguntó. La respuesta planteaba otra pregunta acerca de los paisajes que se podían transitar y aquellos que requerían un alejamiento repentino en el medio de transporte público más cercano: colectivo o subte. 
Las imágenes se alternaban en una especie de montaje paralelo: la 9 de Julio transparente, la 9 de Julio llena de charcos, los semáforos apenas visibles, el auto pasando en rojo con un color brillante y límpido.
Uno, dos, tres pasos y ya estaba en medio del diluvio. A medida que avanzaba observaba todo en detalle y reafirmaba la idea de que ese era el día para el encuentro. Las botas de lluvia comenzaron a inundarse y el pantalón se le fue adhiriendo. El agua se escurría por su cuerpo y ella intentaba en vano impedir la corriente con el paraguas. A su lado la gente iba hacia las vidrieras o esperaba cualquier colectivo, el primero que llegara. Estar a salvo. Ella no pensaba en refugiarse, primaba la necesidad de llegar. Hacer suyo al paisaje, fundirse en él.
Llegó. La bibliotecaria la recibió con una familiaridad maternal y antes de posibilitar el primer encuentro le preguntó quién era Alejandra Pizarnik. La pregunta se amplificaba en la lejana visualización de la biblioteca. Su intención era efectivamente intentar crear nuevos interrogantes a partir de esa pregunta, buscar en las lecturas a una Pizarnik hasta ahora desconocida que avanzaría con lápices y marcadores. Cada obra una nueva obra, cada línea, cada color. Lo que no esperaba era esa interpelación, un señalamiento directo a sí misma:

Afuera es de noche y llueve tanto,
(…)
hoy tu palabra es como un manto,


Pensó: "Alejandra nombrándome. Yo sintiéndome tan cerca de ella. Vivificadas."

Decidió abrir un nuevo ejemplar de Octavio Paz. A medida que avanzaba en la lectura descubrió algo que luchaba por salir a fuerza de nueva tinta. Releyó únicamente los subrayados, notó que había ciertas palabras que desaparecían creando la significación del espacio en blanco. Nuevos poemas Alejandra reescribe:




En esta metamorfosis constante de escrituras, su propia historia. Una joven que lee en una biblioteca se encuentra con Alejandra Pizarnik, los colores de un nuevo día se filtran por la ventana. 
¿Afuera llovizna? El pantalón está casi seco. 
Tenía que atravesar el temporal, tenía que redescubrir una Buenos Aires ahogada. Y pasar a través de una última cita porque ya era hora de emprender el regreso:

llévame al otro lado de esta noche,
adonde yo soy tú somos nosotros,
al reino de los pronombres enlazados

***


*Aclaración: Las biblioteca personal de Alejandra Pizarnik se encuentra en la BibliotecaNacional de Maestros. Las obras mencionadas en este post son: Tangos (letras de tangos compiladas por Idea Vilariño) y Libertad bajo palabra: obra poética : 1935-1958 de Octavio Paz.


jueves, 16 de agosto de 2012

Dialogando con Arlt - Bares

Roberto anduvo por los bares porteños:
                      
"Los cafés están repletos de gente que hace filosofía al margen de una tacita de achicoria. Los mozos parecen conocer a todo el mundo, porque veo que la gente se levanta de las mesas sin pagar y, en vez de ocurrir una tragedia como ocurría en esta ciudad de filisteos, el mozo exclama:
    ¡Hasta luego, don Joaquín, o hasta luego don Noy!
Y eso es todo."

Roberto Arlt "Cafés y vigilantes"


Si vos supieras Roberto, cada vez se complica más irse sin pagar. Actualmente invade la ciudad ¿una cafetería? No sabría bien cómo decirle porque fomenta que vos te lleves tu café y sigas caminando. Y primero se paga, antes de consumir hay que pagar. Si supieras lo desabrido que es el café, pero no te digo únicamente por el gusto en sí, sino porque no se comparte y se crea una falsa ilusión de familiaridad que consiste en que te llamen por tu nombre. Ojo, como te decía, siempre tenés que pagar primero y después te piden el nombre y lo anotan en el vaso de café. Sí, vaso, nada de taza, unos vasos térmicos, de tergopol, que lucen el logo del local. Y bueno, mientras se evita la tragedia de no pagar se van generando otras tragedias mayores como la desaparición de una antigua confitería, L´Aiglon.

Pero no te preocupes Roberto que nos quedan algunos cafés donde el mozo conoce a los clientes. Una vez en me tocó presenciar una de estas situaciones que relativizan al espacio como puramente comercial. Estaba en el bar Los Galgos y veo que alguien se aproxima al mostrador, elige una medialuna y se la lleva a la mesa. Poco tiempo después me entero que se trata de "Miguelito" el sastre que trabaja en la galería de en frente y que elige personalmente sus medialunas. Miguelito va a Los Galgos desde hace muchos años, tantos que se familiarizó con el lugar, con el dueño del bar y con el mozo del turno mañana. Este bar es la casa de Miguelito, es el anexo de su living, es la respiración que lo hace levantarse todas las mañanas de lunes a viernes a las seis de la mañana.




Afuera del bar también hay unas mesas donde los barrenderos descansan unos minutos y reciben algo para tomar mitigando el clima agobiante o resistiendo al frío. Y todos ellos están ahí, en la esquina de Callao y Lavalle. Están como estuvieron tantas personalidades célebres como Enrique Santos Discépolo o Enrique Cadícamo. Está el barrendero, el sastre, el estudiante, el turista, el escritor, la dama desconocida, el transeúnte sediento, el curioso. Estamos. 

Lo que para vos era habitual Roberto se transformó en excepcional, pero esta excepcionalidad añeja es una forma de resistencia. Un pasado que resiste, como Miguelito, a los embates de lo moderno. 






miércoles, 8 de agosto de 2012

Sanca

No nos falte el pan y el trabajo de cada día


Podría decirse que lo que al santo se le pide, el santo lo cumple. Y al santo se le pide trabajo y el santo da trabajo. No son pocos los escépticos que se abandonan por unos instantes a la súplica -que no necesariamente requiere de la tradicional oración- y le piden un laburito, una changuita, algo, trabajar para darle de comer a los chicos, un futuro mejor, salir adelante.

La iglesia que lo alberga está ubicada justo en el límite entre provincia y Capital, esa zona intermedia e indefinida, de transición. La mayoría de sus adeptos está del otro lado, en el Conurbano bonaerenese. Al menos eso creía hasta que lo vi al propio santo viajando desde Caballito hasta Liniers. Estaba envuelto en una bolsa plástica blanca a punto de tomar el tren Sarmiento. Porque si la gente no va al santo, el santo va a la gente. 

Cuando el santo bajó en la estación Liniers ingresó un aluvión de gente con espigas atadas con estampitas. Cuando arrancó el tren pude divisar la calle de la iglesia repleta de gente.

Y el tren, también lugar de transición entre provincia y ciudad guarda en su memoria un accidente que se llevó a muchos trabajadores. El santo tampoco olvida.