domingo, 22 de septiembre de 2013

La cita

Sobre las uñas de Elsi se esparcía el pincelito color violeta. El pelo rojizo recién teñido de Elsi iba secándose mechón a mechón. La atendían silenciosas porque Elsi hablaba, contaba cómo lo conoció y cómo sería el segundo encuentro. Eligió el color rosa de vestido porque le sienta bien y debía ir a buscarlo ni bien terminaran de arreglarla. Al verse al espejo se gustaba y hasta se atrevió a decir: "Me están dejando pipí cucú, el tipo me va querer morfar ni bien me vea".

La Yolly la escuchaba atentamente mientras seguía estirándole el pelo. Sus ojos se perdían entre los mechones colorados y la voz se iba apagando, volviéndose finita hasta convertirse en paisaje. Ella también había tenido su gran amor que seguía creciendo dentro suyo aunque nunca se haya materializado en discurso. 

Las playas de Claromecó una vez la encontraron desnuda ante la mirada atónita de él que le juraría ser fiel toda la vida. Cuidado Yolly que me lastimás, despacito por favor ¡¡¡que me vas a dejar pelada!!! La piel helada llena de sal y sus labios absorbiéndola por completo. El viento cubriéndolos de arena. ¿Dónde andará ahora? ¿Seguirá vivo? ¿Tendrá los mismos achaques de la edad que ella?

Esa noche la Yolly salió sola y triste pensando en la otra noche a pura pasión que tendría la Elsi. Yolly fue a tomar el subte y se quedó muda viendo pasar uno tras otro los coches nuevos que tanto odiaba. No tenían recuerdos, ese plástico made in china era pura actualidad que la dejaba sola, la violentaba con un presente que detestaba. Puede que haya pasado algún tren viejo para ser arreglado en el taller pero Yolly tampoco quería volver al pasado. Deseaba un tiempo sin nombre que no la condenara a la más terrible extinción de sí misma en la soledad de las pocas noches que le quedaran por vivir.



domingo, 30 de junio de 2013

Vecin@s

Dicen que el portero es un chusma. Dicen, yo no digo. 

Cuando las chicas se mudaron al octavo el portero anduvo elucubrando en su reducido horizonte mental hétero. Primero le dio manija al del cuarto para que se apretara a una. Le dijo que le hacía la gamba, que la minita era un bombonazo y se zarandeaba de lo lindo cuando salía por el palier. Después le tocó el turno a la otra, morocha, a quien caracterizaba como "tremenda, con ojos color de cielo". Esa se la reservó para él. Pichi, mini perro con cara de rata, oficiaría de carnada. Porque a cualquier minita le enternecen los perritos y  Pichi ladra de lo lindo, perro comprador.

Yo sigo callado viendo como él arma y desarma. Estrategias. Mi ventana descubre a las vecinas. El portero quiere indagar, yo lo ignoro. Yo, el puto indeseable, el que se levanta tipos y trae "noviecitos", yo, les doy una silenciosa bienvenida.



domingo, 9 de junio de 2013

Perdida



La mirada baja, la mano aferrándose a la pierna de mamá y la sensación de movimiento infinito. Me voy a caer, me voy a caer, me mareoooo. Así se volvía del centro. Se volvía desde un lugar desconocido y en un tiempo para nada preciso, pero la memoria se empeña en volver a esa vuelta.
Alguna vez mamá pidió un asiento, alguien se lo tenía que dar, alguien. Sintió vergüenza. Había que sentarse sola, no pedir el asiento porque las piernas eran cada vez más largas y quedaba desparramada de forma incómoda a upa de mamá. La vergüenza volvía pero estaban las dos sentadas y cómodas hasta Primera Junta.
Alguna vez tenía que viajar sola. Levantar la mano, subir, pedirle al colectivero el boleto según el destino (Porque si es otro ramal andá a saber a dónde te lleva y te vas a perder), bajar en la parada precisa. Caminar, llegar a destino y volver.
La ceremonia se fue repitiendo hasta volverse natural e imprescindible. Se viaja, en ese medio de transporte, no otro. No hay plata para taxi y todo queda lejos, así de simple.
Idas y venidas durante años le fueron imprimiendo al trayecto ciertas particularidades. La espalda reconocía las posturas más confortables para lograr el sueño. Se deslizaba todo el cuerpo hacia abajo mientras la cervical iba inclinándose en el respaldo. La cabeza podría inclinarse hacia la ventanilla pero el temblor propio de los baches provocaba golpes dolorosos. 
Con los ojos cerrados percibía aún el movimiento, los giros bruscos, el mantenimiento de una dirección fija. Las coordenadas precisas acompañadas por la variación auditiva indicaban cuándo había que despertar. Despertar y bajarse con todo el sueño adentro sublevado. Con las rodillas entumecidas. Con la espalda crujiente.
Nunca pensó en la variante de peligro. Su integridad física y psicológica estaba protegida por años de conocimientos, por kilómetros recorridos. Nada podría quebrantar ese pacto silencioso que había contraído con el medio de transporte.
Y fue un miércoles nocturno en el que un pasajero se le acercó. El pasajero no era en ese momento pasajero sino torso agarrado del asiento. Un pedazo de cuerpo inerte que configuraba parte del paisaje inanimado que tanto conocía. ¿Para qué mirar hacia arriba? No era para nada respetuoso y no había nada que mirar, cada uno en lo suyo, con su viaje. Y el pasajero, el torso, se convirtió en mano rápida que se llevó el celular. Después fue una espalda bajando rápidamente por las escaleras y escabulléndose en las entrañas de la oscura Liniers. El corazón se aceleró, miró hacia todos lados y se culpó por confiada, por tonta. Los pasajeros la miraban, le hablaban y ella permanecía en un estado de angustia que le seguía acelerando las pulsaciones. 
Entonces empezó a pensar en ese torso, esa mano, esa espalda que se escurriría por las vías del tren y que, con éxito, vendería el celular a unos pocos pesos. El mecanismo se reiteraría con cada ocasión de celular fácil de arrebatar.
Esa mano, ese torso, esa espalda siguieron persiguiéndola en cada nuevo viaje, impidiéndole conciliar el sueño. Treinta y pico de años de viaje que se extinguían. 

domingo, 2 de junio de 2013

Mini -Crónicas en colectivo


Sábado 21:00 hs 

La chica habla con sus amigos en el colectivo. No habla, grita. Tiene un hermano panadero come todos los días facturas y es flaca pero engordó dos kilos la cuñada es amiga de una amiga de Lopilato y del hermano de los dos entonces suben un video a Facebook
La hija de puta tiene una panza dice la amiga pero la etiquetaron y 5 días después sale en el noticiero la cuñada dice yo ya la vi en Facebook JA-JA Y a mi mamá la van a operar la membrana una aguja ¿qué aguja? No que asco ¿Te dije que voy a ser tía?
 Ay boluda pero qué lindo yo me leí un libro estaba la sinopsis es de 1982 del año del pedo se llama Rosas de sangre bueno está muy bueno el libro de un crimen es SUPER descriptivo el libro hablaba medio de sado el antecesor de Grey!!!

Martes 7:00 hs

Amaneciendo en el colectivo. Señora con celular. Le dije al gordo que arregle el termotanque sí, él iba yo me yo a Capital de ahí a Caseros después a Villa Ballester (De fondo la radio del colectivo: Divididos, Nene de antes) la verdad que los médicos...
¿Rinden las dos nenas juntas? Hay alerta meteorológico hasta en Catamarca hay nena vientos del sudeste ¿Viste lo de los docentes? Una combi alquilaron no sé cuántos golpes en la cabeza se salvó pero nada más... chau. Corta y abre la ventanilla.


Martes 13:00 hs (Después del temporal de lluvia y granizo)

Alguna vez iba a pasar, dos pasajeras con onda. Estudiantes de secundario cantan temas de reggaetón y leen sms en voz alta como si fueran poemas: No quiero ir al cole que es un bajón igual llego tarde es para hacer esa prueba de mierda uh yo tampoco quiero ir esto no avanza llueve adentro del colectivo. Una pasajera grita al bajar MOMENTITO una gota cae entre este celular y mi mochila. La chica canta: ¿Cómo puedo yo amarte asiiiiiiii?
las alumnas se pelean: boluda es por culpa tuya no llegamos más pero mirá cómo viajas! sentadita es que vos no tenés tantas faltas como yo boluda

Miércoles 16:00 hs

Estoy dormida y escucho gritos: Ay Diossss. Alguien se cayó intetando subir al colectivo. Una pasajera explica que la señora mayor intentó hacerse la nena y subir en movimiento. El colectivero dice que se podría haber abierto la cabeza contra el cordón, rebotar. Avanzamos y se ve un hombre que cae solo desde su bicicleta. Los pasajeros de adelante exclaman ¡Uhhh otro más! El colectivero dice: ¡Ah bueno hay que jugarle al 56! ¡La caída!

domingo, 26 de mayo de 2013

Así se viaja

a la ciudad. 
Debajo del perro de peluche, un nene.
perro-gorro-nene

El frío da
              sueño.


miércoles, 8 de mayo de 2013

Las que miran



Una ventana con alguien parado. La velocidad del tren Sarmiento le permitió distinguir y seleccionar esa imagen. Una ventana con figura humana apenas visible, sombreada, que puede estar mirando para afuera, fumando un pucho, tomándose un aperitivo. La eligió y la retuvo. La asoció con la necesidad de concretar la escritura postergada.
Volvió al hogar bonaerense en otro medio de transporte y por la noche leyó. Una novela de dislocación, que  se focaliza en el intersticio, en la crítica de lo aparentemente inobjetable. 
"Selva Almada" escuchó decir en un curso, "Lean su novela El viento que arrasa, se las recomiendo". Y ese nombre anduvo dando vueltas hasta que se concretó en adquisición y lectura. 
La lectura reaparece intermitente en noches de insomnio y cansancio acumulado. Una hoja suelta le permite anotar sus percepciones, detecta quiebres continuos. El texto se transforma llenándose de cicatrices. Los personajes están agrietados, avanzan ocultando algo puede volver, siempre. 
Como las ventanas.

"Sobre una callecita arbolada de Flores, a pocas cuadras de la vía, vive Selva Almada. Escribe bajo la ventana sobre una mesa antigua de madera oscura que contrasta con su netbook blanca. Detrás de la cortina se dibujan los árboles de la calle. La casa es antigua y fresca. Bien se podría estar en Villa Elisa, el pueblo de Entre Ríos donde nació."
Suplemento Radar de Página 12
Domingo 28 de Abril de 2013

miércoles, 27 de marzo de 2013

Percepciones

Avenida Rivadavia. Once. Un nene de unos once años está desparramado en el umbral de un kiosco. Come, devora, un pedazo de pan. En la otra mano tiene un vaso. En la oreja un cigarrillo. Pienso en Crónica de un niño solo de Leonardo Favio, en la corrida final de Antoine Doinel en Los 400 golpes. La composición de cada uno de los planos. Los movimientos de cámara que siguen a los personajes (travellings). Las miradas finales. 

Avenida Rivadavia. Yo veo un fenómeno estético. Mi mente se alejó en escenas. Me alejé de él. No sufro el hambre de ese niño. Mi léxico, otro abismo. El nene, el pibe. Mis tripas no se retuercen. No siento la suciedad impregnada al cuerpo. No conozco la densidad del asfalto y las veredas. No aborrezco al que me ignora cuando le pido una monedita para comer doña. No sé lo que es deambular sin fuerzas. Apenas camino un poco y ya me agobia la ciudad, el ruido, la gente. 

miércoles, 20 de marzo de 2013

La espera

Su cabellera con pelo corto negro se paseaba de un lado al otro. Cada vez que se abría la puerta se lanzaba y miraba hacia adentro. No entraba. Los lentes apenas tamizaban sus densos ojos oscuros. El ruido de la avenida era persistente y sólo se interponían las columnas de cemento. Se llamará Julia.

El resto de las chicas que esperaban hablaban entre ellas, sonreían, lucían sus pantalones ajustados y remeras cortas. Julia tenía una remera amplia y estaba sola. Caminaba como escondida. Quise hablarle, intuí que había algo que quería decirme, sentí su silencio. Y Julia habló, habló desde sus vísceras. Contó que esperaba una vacante, que repitió de año porque no quería zafar, que ella quería aprender, no que la aprueben por lástima. Julia estaba triste, algunos problemas familiares que no supo separar del estudio le impidieron aprobar las materias. Matemática. No me gusta matemática. Y a Julia la escuchamos, la escuchamos toda entera muriendo y renaciendo ante nosotros. Nos fuimos deseándole suerte.


El estudiante  (Joaquín Giannuzzi)

Inclinado hacia el libro ofrece
su atormentada cabeza
al cuchillo del conocimiento. ¡Cuidado muchacho,
que van a decapitarte! Su cerebro arde
como un rencor no resuelto, sometido
a la obligación de la tumba: todo lo que debe saberse
para después vivir por razones entumecidas.
Levántate y anda, patea la mesa, el lenguaje
de la vida que otros han consumido
para que nazca una relación creadora
entre tus ojos y el sol, el yo
libremente encadenado a los días personales.


domingo, 3 de marzo de 2013

Feria americana

Los dedos van y vienen. Se la ve tras el la vidriera, concentrada. Esos mismos dedos van y vienen desde hace unos diez años cuando se le ocurrió que sólo le bastaban dos vestidos y algunos pulloveres para sobrevivir. Después empezaron a llevar mercaderías los vecinos, algunos ilustres, otros no tanto. Una cosa que le llegó y todavía conserva es un enterito chiquito, como de bebé, celeste, bien reluciente. Alguna vez jugó a ser eso pero ya no más, ahora está vieja y seca, seca por todas partes, marchitándose más que la ropa, a punto de extinguirse. 
Los dedos pasan meticulosamente entre los ojales y Milva siente un aroma. No, no son todas esas cosas viejas, es el olor mismo del hospital, desde el hospital, en el hospital, una noche de verano adentro de terapia intensiva. Milva tiene una meticulosidad precisa que evita que se pinche los dedos en ese ir y venir. Las gotas del suero, un tic tic constante acompañado por el pecho que se inflaba a medida que la máquina impulsaba el aire. Jamás se atrevió a tocarlo, apenas se animaba a deslizarse por la sábana fría, todo frío, el alcohol en gel de las manos y las palabras inentendibles. Alguien toca a la puerta y Milva se levanta dispuesta a atender con la más cordial sonrisa, la de siempre. 




lunes, 25 de febrero de 2013

semana

Lunes

Natalí lleva el curriculum sobre su pecho. No. Natalí lleva el curriculum sobre sus pechos. Intenta mitigar las gotas. Natalí no puede comprar una carpeta plástica de esas re lindas, con o sin vaina, 4 pesos o 3,50, plástico, sino tenés de cartón.
Frente al colegio de abogados los folletos mojados van adquiriendo la forma de las pisadas.
Subo al colectivo. 
Suerte Natalí.


Viernes

Quédate tranquilo
Mamá mamá mamaaaaá no quiero
Mirá me pareció ver a Mickey
¿Dónde? Yo no lo veoooo :-(
Afuera, mirá por la ventanilla
¿Si? Yo no lo veo
/Silencio. El nene mira por la ventana/
Jake, sí, estaba Jake arriba de un árbol
¿Siiiii? Yo no lo vi
Ah, noooo pero ahí está la Doctora Juguetes
quedáte sentadito que ya nos bajamos
falta poco
tranquilo
en el asiento
Si, si, vi a la Doctora Juguetes, estaba ahí la vi
¿La viste? No, no te creo, no puede ser


martes, 29 de enero de 2013

las artes


El sol de frente y la comodidad del viaje lograban que me quede profundamente dormida en el trayecto de la autopista. De lunes a viernes siete am. Una vez que bajábamos por Avenida San Juan comenzaba a despertarme. En esa transición algo se interponía en violetas, rosas y naranjas que nos acompañaban en el descenso hasta Paseo Colón.

Uno de los tantos anónimos que transitan el espacio citadino pero lo suficientemente poderoso, me interpelaba. Como los acotados espacios naturales tendía a lo perecedero. Cada nuevo día que lo veía reconocía su tenacidad para permanecer y la necesidad de retenerlo en una foto. Como si la foto no despareciera, como si subirla a Internet garantizara su eternización. Lo que esta escritura pretende entonces es precisamente lo contrario a la esencia de lo que se empeña en narrar. Efímero,  fugaz, resiste a la interpretación.

Sin embargo insisto, me pregunto cuántos de ustedes lo vieron, a quiénes no va a despertar y quiénes pasaron por un portón monótono sin percibir que algo se agitaba. Sincrónico.

Saco las fotos mientras el auto pasa, pasa rápido, unos segundos, no llega a ser un minuto. Lógicamente es imposible que pueda sacar más de una foto, que las fotos no salgan movidas, que puedan apreciarse los detalles. Eso es lo que creía pero son otras reglas las que lo rigen y en la pantalla renace con nuevas formas, nuevos espacios, se amplifica. Descubro que esos segundos son minutos, añosSiglosMilenios. Eterno y fugaz.






  

martes, 22 de enero de 2013

La pasión

—Hace veinte años que estoy acá en el puesto. Sí, escuchaste bien, veinte años. Yo vi todo ¿eh? desde la cola de las nenas que querían despedirse de Sandro hasta la loca que despotricaba contra todos los políticos, una memoria la mina. Yo un día le dije a uno de mis pibes que tenía que estudiar para el CBC, vos veníte que hay una clase de historia gratis, al aire libre.
Pero esto es otra cosa ¿sabés hace cuánto que la gente no se me quedaba ahí mirando las tapas tanto tiempo? Porque yo pongo siempre las tapas de él en primer plano y la gente lo quiere ¿me entendés? Él nos dio mucho a nosotros yo con los pibes dejé de ir a la cancha culpa del amargo ese...

—¿Usted dice Falcioni?

—No me hablés, no me hablés que me pongo loco ¿eh? Me amargo. tanto partido horrible, tanto mal juego, un desastre ¿viste? Pero con él es otra cosa, él nos dio mucho.

En este punto de la charla Héctor se emociona. En su silencio intuyo imágenes de las libertadores, las intercontinentales. 



sábado, 12 de enero de 2013

Ese día


Y era el último días de los vagones La Brugeoise. Los mismos vagones de siempre, de antes, iluminados por flashes. Hay que viajar en el primer vagón, hay que mirar por la ventanilla, hay que sacar fotos, muchas fotos porque son las últimas y es el último viaje y no los vamos a ver más, nunca. Y la experiencia se acota a uno o dos viajes, el ojo se acomoda a la lente y el límite de los vagones debe necesariamente traducirse en algo nostálgico y conmovedor.


Los turistas ocasionales, los que casi nunca viajaron en esos coches, los que viajaban siempre para ir al trabajo, los que nunca los conocieron, todos, necesitan vivir esa última experiencia pagando la módica suma de 2,50. 
Pero un día, unas horas, no alcanzan. La experiencia en esos vagones se constituyó previamente en despedidas no reconocidas, recorridos obligados y viajes imprevistos.

Ahí está el nene que sube en la estación Primera Junta para dar la estampita y pedir una moneda, una colaboración, algo. Sus brazos conocen a la perfección el movimiento de apertura de puertas, lo optimizan para reducir unos segundos que con la ayuda del guarda permiten el cambio de vagón. Y ese pasaje incluye un salto cuando el tren aún no frenó definitivamente para disfrutar de la velocidad que le da a los pies un movimiento rápido, un vuelo rasante. También están las charlas interminables con los otros vendedores y los empleados del subte que le imprimen a su infancia crecimientos repentinos. Pero hoy no es su día, hoy es el día de la despedida, el más importante de todos. 

En Plaza de Mayo la señora y el señor hablan por las cámaras de televisión, cuentan que los van a extrañar, que son tan lindos, que ya se sacaron las fotos. A su lado pasa el guarda con una mujer que lo persigue, le pidió que le sacara una foto en el vagón y charlaron, charlaron tanto, todas las estaciones y ahora que él bajó ella lo sigue. Quizás hasta se anime a pedirle el teléfono. 
El nene sigue en Primera Junta, a su alrededor varios cables, algunos periodistas. Hoy no trabajó, no pudo, tampoco mañana ni pasado. 






domingo, 6 de enero de 2013

Silencios



Por sus manos pasaron los artistas de ópera más importantes. Se abandonaron delante de ellas para resurgir en rostros nuevos, desconocidos. Cuando lo conocí comentó al pasar su antiguo oficio e intuí que entre sus palabras se escondían anécdotas de tantos años de trabajo.

Se apasiona por los textos que leemos, quiere aprender. No pudo terminar el secundario pero sabe muchísimo más que todos nosotros. Yo cargo con una beba de dos meses y una pareja ausente, él me ve con una pendeja, apenas hablamos. Estoy en el grupo de los más jóvenes, los que en el fondo nos pasamos los mates que él sistemáticamente rechaza. No me animo a hablarle porque cuando lo escucho en clase me siento una tonta, una vaga que no lee, que no estudia, aunque me la pase cambiando pañales continuamente, amamantando y llorando cuando no logro calmar a la beba. 

Para mí el teatro Colón es el edificio lindo por el que paso a la noche para ir al colegio, me encantan las lucecitas encendidas. En mi mirada son eso, lucecitas, vidrios, gente entrando y saliendo. ¿Y qué será todo eso para él? 

Esta vez me animo a hablarle, algo que le tengo que decir. Cuando llegue lo agarro y le digo. Entro al colegio y lo veo ahí a él solo, como siempre llega primero. Me acerco y le pregunto si tiene un minuto para hablar. Él asiente con la cabeza y me siento. Quiero decirle que me cuente del teatro, que me cuente lo que hacía, a quiénes maquilló, cómo era su vida. Pero empiezo diciéndole:

-Qué calor estos días ¿no?
-Bastante.
-¿Leíste El Matadero?
-Claro, por supuesto.
-Ah yo no pude.
-Pero era para hoy, tenemos que hacer la guía.
-Sí, ya sé.

Ahí entró la profesora y yo me fui para el fondo. Durante ese año no volví a hablar nunca más con él pero hubo algo que me llamó la atención, un pequeño diálogo que escuché. Estaba triste, lo ponía mal ver tanta gente pidiendo alrededor del colegio. La zona del colegio era también la zona del teatro.

Unos días después volví a pasar a la noche por el teatro pero sólo pude ver las luces, el brillo de la entrada y unas señoras con vestidos re lindos, de esos que yo siempre quise tener.