El sol de frente y la comodidad del viaje lograban
que me quede profundamente dormida en el trayecto de la autopista. De lunes a
viernes siete am. Una vez que bajábamos por Avenida San Juan comenzaba a despertarme.
En esa transición algo se interponía en violetas, rosas y naranjas que nos
acompañaban en el descenso hasta Paseo Colón.
Uno de los tantos anónimos que transitan el espacio
citadino pero lo suficientemente poderoso, me interpelaba. Como los acotados
espacios naturales tendía a lo perecedero. Cada nuevo día que lo veía reconocía
su tenacidad para permanecer y la necesidad de retenerlo en una foto. Como si
la foto no despareciera, como si subirla a Internet garantizara su eternización.
Lo que esta escritura pretende entonces es precisamente lo contrario a la
esencia de lo que se empeña en narrar. Efímero, fugaz, resiste a la interpretación.
Sin embargo insisto, me pregunto cuántos de ustedes
lo vieron, a quiénes no va a despertar y quiénes pasaron por un portón monótono
sin percibir que algo se agitaba. Sincrónico.
Saco las fotos mientras el auto pasa, pasa rápido, unos
segundos, no llega a ser un minuto. Lógicamente es imposible que pueda sacar
más de una foto, que las fotos no salgan movidas, que puedan apreciarse los
detalles. Eso es lo que creía pero son otras reglas las que lo rigen y en la
pantalla renace con nuevas formas, nuevos espacios, se amplifica. Descubro que
esos segundos son minutos, añosSiglosMilenios. Eterno y fugaz.