martes, 29 de enero de 2013

las artes


El sol de frente y la comodidad del viaje lograban que me quede profundamente dormida en el trayecto de la autopista. De lunes a viernes siete am. Una vez que bajábamos por Avenida San Juan comenzaba a despertarme. En esa transición algo se interponía en violetas, rosas y naranjas que nos acompañaban en el descenso hasta Paseo Colón.

Uno de los tantos anónimos que transitan el espacio citadino pero lo suficientemente poderoso, me interpelaba. Como los acotados espacios naturales tendía a lo perecedero. Cada nuevo día que lo veía reconocía su tenacidad para permanecer y la necesidad de retenerlo en una foto. Como si la foto no despareciera, como si subirla a Internet garantizara su eternización. Lo que esta escritura pretende entonces es precisamente lo contrario a la esencia de lo que se empeña en narrar. Efímero,  fugaz, resiste a la interpretación.

Sin embargo insisto, me pregunto cuántos de ustedes lo vieron, a quiénes no va a despertar y quiénes pasaron por un portón monótono sin percibir que algo se agitaba. Sincrónico.

Saco las fotos mientras el auto pasa, pasa rápido, unos segundos, no llega a ser un minuto. Lógicamente es imposible que pueda sacar más de una foto, que las fotos no salgan movidas, que puedan apreciarse los detalles. Eso es lo que creía pero son otras reglas las que lo rigen y en la pantalla renace con nuevas formas, nuevos espacios, se amplifica. Descubro que esos segundos son minutos, añosSiglosMilenios. Eterno y fugaz.






  

martes, 22 de enero de 2013

La pasión

—Hace veinte años que estoy acá en el puesto. Sí, escuchaste bien, veinte años. Yo vi todo ¿eh? desde la cola de las nenas que querían despedirse de Sandro hasta la loca que despotricaba contra todos los políticos, una memoria la mina. Yo un día le dije a uno de mis pibes que tenía que estudiar para el CBC, vos veníte que hay una clase de historia gratis, al aire libre.
Pero esto es otra cosa ¿sabés hace cuánto que la gente no se me quedaba ahí mirando las tapas tanto tiempo? Porque yo pongo siempre las tapas de él en primer plano y la gente lo quiere ¿me entendés? Él nos dio mucho a nosotros yo con los pibes dejé de ir a la cancha culpa del amargo ese...

—¿Usted dice Falcioni?

—No me hablés, no me hablés que me pongo loco ¿eh? Me amargo. tanto partido horrible, tanto mal juego, un desastre ¿viste? Pero con él es otra cosa, él nos dio mucho.

En este punto de la charla Héctor se emociona. En su silencio intuyo imágenes de las libertadores, las intercontinentales. 



sábado, 12 de enero de 2013

Ese día


Y era el último días de los vagones La Brugeoise. Los mismos vagones de siempre, de antes, iluminados por flashes. Hay que viajar en el primer vagón, hay que mirar por la ventanilla, hay que sacar fotos, muchas fotos porque son las últimas y es el último viaje y no los vamos a ver más, nunca. Y la experiencia se acota a uno o dos viajes, el ojo se acomoda a la lente y el límite de los vagones debe necesariamente traducirse en algo nostálgico y conmovedor.


Los turistas ocasionales, los que casi nunca viajaron en esos coches, los que viajaban siempre para ir al trabajo, los que nunca los conocieron, todos, necesitan vivir esa última experiencia pagando la módica suma de 2,50. 
Pero un día, unas horas, no alcanzan. La experiencia en esos vagones se constituyó previamente en despedidas no reconocidas, recorridos obligados y viajes imprevistos.

Ahí está el nene que sube en la estación Primera Junta para dar la estampita y pedir una moneda, una colaboración, algo. Sus brazos conocen a la perfección el movimiento de apertura de puertas, lo optimizan para reducir unos segundos que con la ayuda del guarda permiten el cambio de vagón. Y ese pasaje incluye un salto cuando el tren aún no frenó definitivamente para disfrutar de la velocidad que le da a los pies un movimiento rápido, un vuelo rasante. También están las charlas interminables con los otros vendedores y los empleados del subte que le imprimen a su infancia crecimientos repentinos. Pero hoy no es su día, hoy es el día de la despedida, el más importante de todos. 

En Plaza de Mayo la señora y el señor hablan por las cámaras de televisión, cuentan que los van a extrañar, que son tan lindos, que ya se sacaron las fotos. A su lado pasa el guarda con una mujer que lo persigue, le pidió que le sacara una foto en el vagón y charlaron, charlaron tanto, todas las estaciones y ahora que él bajó ella lo sigue. Quizás hasta se anime a pedirle el teléfono. 
El nene sigue en Primera Junta, a su alrededor varios cables, algunos periodistas. Hoy no trabajó, no pudo, tampoco mañana ni pasado. 






domingo, 6 de enero de 2013

Silencios



Por sus manos pasaron los artistas de ópera más importantes. Se abandonaron delante de ellas para resurgir en rostros nuevos, desconocidos. Cuando lo conocí comentó al pasar su antiguo oficio e intuí que entre sus palabras se escondían anécdotas de tantos años de trabajo.

Se apasiona por los textos que leemos, quiere aprender. No pudo terminar el secundario pero sabe muchísimo más que todos nosotros. Yo cargo con una beba de dos meses y una pareja ausente, él me ve con una pendeja, apenas hablamos. Estoy en el grupo de los más jóvenes, los que en el fondo nos pasamos los mates que él sistemáticamente rechaza. No me animo a hablarle porque cuando lo escucho en clase me siento una tonta, una vaga que no lee, que no estudia, aunque me la pase cambiando pañales continuamente, amamantando y llorando cuando no logro calmar a la beba. 

Para mí el teatro Colón es el edificio lindo por el que paso a la noche para ir al colegio, me encantan las lucecitas encendidas. En mi mirada son eso, lucecitas, vidrios, gente entrando y saliendo. ¿Y qué será todo eso para él? 

Esta vez me animo a hablarle, algo que le tengo que decir. Cuando llegue lo agarro y le digo. Entro al colegio y lo veo ahí a él solo, como siempre llega primero. Me acerco y le pregunto si tiene un minuto para hablar. Él asiente con la cabeza y me siento. Quiero decirle que me cuente del teatro, que me cuente lo que hacía, a quiénes maquilló, cómo era su vida. Pero empiezo diciéndole:

-Qué calor estos días ¿no?
-Bastante.
-¿Leíste El Matadero?
-Claro, por supuesto.
-Ah yo no pude.
-Pero era para hoy, tenemos que hacer la guía.
-Sí, ya sé.

Ahí entró la profesora y yo me fui para el fondo. Durante ese año no volví a hablar nunca más con él pero hubo algo que me llamó la atención, un pequeño diálogo que escuché. Estaba triste, lo ponía mal ver tanta gente pidiendo alrededor del colegio. La zona del colegio era también la zona del teatro.

Unos días después volví a pasar a la noche por el teatro pero sólo pude ver las luces, el brillo de la entrada y unas señoras con vestidos re lindos, de esos que yo siempre quise tener.