jueves, 28 de agosto de 2014

La pasión

El cochecito iba y venía impulsado por un pie nervioso. Las extremidades se dividían para mantener el cuaderno y la lapicera.
Uma tenía calor y ese era uno de los motivos para salir del hotel. El dolor de estómago ya no tenía solución, se había acostumbrado a convivir con el ruido a tripas y la visualización de manjares pasajeros: pancho, bizcochitos, gaseosa, papas fritas. La beba esta vez no lloraba, dormía agobiada por el calor.
Nada de eso era motivo de inspiración para Uma que de cuatro a seis de la tarde escribía, adentro o afuera. Afuera era más fácil porque adentro el olor a heces y a vómito la agobiaba. Olores y ruidos de todo tipo.
Uma escribía.



Una visión fugaz desde arriba del colectivo me permitió imaginar a Uma. Tarde de calor agobiante arriba del 53 y la puerta de un hotel familiar en ¿San Telmo? ¿Almagro? 

domingo, 17 de agosto de 2014

Amores – Cementerio de Chacarita

Recuerdo la primera vez que la vi, tan sensual, fresca, linda toda ella. No me animé a hablarle porque bailaba con un chico y pensé que era su novio… “Ke linda sos” quería ponerle en un SMS, porque en esa época no existía el WhatsAp. Pero no tenía su celular y tampoco sabía si le gustaban las chicas.

Pasaron varios meses hasta que la volví a encontrar. Ella pensaba que me veía por primera vez pero yo a ella la había retenido y actualizado muchas veces. Era amiga de un amigo y nos cruzamos en un centro cultural, nos presentaron y listo.

Meses más tarde me llegó un mensaje para ir a una fiesta, era ella que ahora se presentaba como Juana. Le pidió a mi amigo el número y me escribió. Fuimos a la fiesta y bailamos mucho hasta marearnos. Recuperaba una sensación que tenía cuando era chica, un éxtasis total, vueltas incontrolables. Una especie de desprendimiento del tiempo y el espacio acompañado por cachetes colorados y la pérdida del aliento. La calma inmediata de oídos zumbando con el cuerpo desparramado por el piso. 

Terminamos las dos desparramadas en su departamento. El amanecer fue cuerpo de Juana con sabor amargo y náuseas. Quería salir a la ciudad, la ahogaba el ambiente pequeño con un penetrante ruido a bombos. Silencio y paz era lo que necesitábamos.

Llegamos al cementerio de la Chacarita exhaustas pero con una prolongación de las ganas de besarnos. Tantas ganas de Juana... Paseamos hasta encontrar un pequeño lugar con una pérgola, una especie de pequeño rosedal de Palermo. A nuestro alrededor un campo de tumbas se abría permitiéndonos adivinar años de muerte. Sus besos. Me contó cómo murieron sus abuelos. La rugosidad de su pullover. Le confesé que la conocí antes. Perfume tibio. Quería terminar el colegio. Su cuello. Mentí, le dije que quería seguir estudiando. El roce del jean. Mirá, nuevo entierro. Sabor noche.

En algún momento decidimos levantarnos, estábamos doloridas por la postura obligada del banco de cemento. Caminamos sin rumbo hasta la zona de los inmortales como le llaman. Juana me abrazó toda entera como llorándose. 






domingo, 10 de agosto de 2014

Silencios

Vuela que te vuela levantando la mirada. 
Escaso medio metro de pies alargados ¡allá! ¡allá!
Mamá papá hermana esperan el 115 mientras ella se sigue expandiendo.
¿Qué mira? Vuela que te vuela.
Palabras entre dedos bailan. Fluye en aire compartido.






sábado, 2 de agosto de 2014

La tarde - Cementerio de la Chacarita

A Mary que sigue ahí

Aroma a facturas, a churro y tortita negra. No, están caras y nos tenemos que cuidar un poco...Con Elbio agarramos la canasta, metimos el mate, la yerba y nos fuimos a pasear.

Queríamos ir a algún lugar lindo aunque el clima no estaba muy bueno y amenazaba con llover. Yo tenía ganas de ir a ver los nietos a San Andrés pero cuando estábamos por Chacarita al Elbio le agarraron ganas de bajarse en el cementerio. Me dijo que ahí estaban las tumbas de Gardel, de Pugliese, Goyeneche y Troilo. A él siempre le gustó el tango y de joven supo ser un gran guitarrista, mi preferido.

Ni bien bajamos miramos el mapa pero no aparecían los tangueros. Caminamos despacio porque la artrosis me mata y más en días húmedos y nublados. Nos animamos a preguntarle a un señor y digo nos animamos porque había tan poca gente que parecía un fantasma. Nos dijo que sigamos por la diagonal dos calles y después a la izquierda cinco más. Movía la mano como si reconociera cada espacio, cada tumba, cada pasillo… Yo puse una cara fea de esas que pongo cuando los nietos se mandan alguna pero estaba asustada, con miedo.

Ya no dábamos más y llegamos a la tumba de Carlitos. Nos quedamos ahí mirando y Elbio descubrió las placas más antiguas: 1936 y 1937. También se colaba en lapicera un saludo de ese mismo día.





Seguimos caminando para ver a los otros tangueros. Yo tenía sed pero no me daban ganas de sacar el mate delante de tanta tumba y menos con un olor tan fuerte que había, húmedo y podrido. Como cuando las plantas se llenan de agua y queda el olor en el patio por varios días. Pero en el cementerio había mucha más agua, agua en la tierra, agua en floreros de nichos, agua por debajo que se escurría en las napas arrastrando tanto hueso.

Los nichos, eso fue lo que más me impresionó. Tres pisos bajo tierra de nichos, tres interminables pisos con interminables filas, flores naturales, placas metálicas, flores de plástico, cartelitos de Papá te amamos y Mamá. Querido hermano. 1918 – 1960. 1927….  Elbio descubrió ahí nomás, cerquita, una camilla metálica que me hizo imaginar un cuerpo acostado, recién fallecido, rumbo a su tumba.




Cuando llegamos a la salida la reja estaba cerrada y dos guardias esperaban para abrirla. Elbio y yo nos asomamos entre tanto ruido y movimiento. Ya era hora de comer bizcochitos con agua calentita...