domingo, 16 de agosto de 2015

Invasión



Yo era un tipo repiola, un tipo a la moda, con estilo. Todos los días antes de trabajar iba a mi bar favorito, me pedía mi Vainilla Latte y caminaba por la calle sintiéndome especial. Primero me escribían en el vaso "Jorge", porque así me llamo, pero después preferí llamarme "George". Agarraba mi bolsita de cartón con unos muffins y esa era mi forma de caminar por las calles porteñas, mi cadencia particular. Cierto balanceo estratégico para que los productos predominaran.
Empecé a reemplazar el vasito por una taza térmica, de esas color plata y, por supuesto, con el logo del café, ni daba comprarla en Once... Esto me permitía ingerirlo en el subte o esperando el taxi. Las manos abrazando la taza también me daban un estilo muy sofisticado.
Y también me convertí un especialista en selfies. Creo que fui uno de los primeros en hacer trompita, un tipo de avanzada. Después me abrí una cuenta en Instagram, obviooooo. Fui especializándome en filtros, supe elegir los que más me favorecían a mí, a mí y a mi taza térmica, por supuesto. Menos brillo, más contraste.
Mi gran vicio fue el Twitter, mi vida se convirtió en un reality muy cool: Saliendo del cine (foto con el vasito), Comiendo con amigos (todos mostrando nuestros Frapuccinos), Trabajando relajado (selfie en la que se ve mi tablet y parte del local con filtro verde), No soportaría este laburo sin café #listolodije (selfie con trompita en la que se ve el escritorio repletos de papelitos de colores).
Y se aparece esta mujer, Juana. Juana era muy vintage, pero no del estilo Palermo, que era el que a mí me gustaba. A simple vista era una chica de barrio, casi siempre vestida de negro y con unos lentes con muchísimo aumento que se le hundían en la nariz. Juana me mostró algo que no conocía de la ciudad, algo que según ella estaba en vías de extensión.
Yo sé que mi Juana se horrorizó cuando le dije que prefería el café en vasito, pero su afecto la hacía tiernamente condescendiente. El rencor se convirtió en una obstinación de recorridos en apariencia sin rumbo fijo pero con intencionalidades encubiertas. Cualquier salida porteña terminaba en El gato negro, la Richmond Los Galgos.
Debería hablar de mi primera vez en cada uno de ellos. Sentí el aroma de especias que confluían en el vapor del tibio aliento de Juana. Saboreé el té de mandarina que hoy me recuerda sus besos. Vi su mirada triste en un rincón de los espejos destruidos. La amé secretamente recordando un pasado que se me volvía lejano.
Comencé a sentir que no había filtro que imite la coloración de las luces de esos bares. Mi mirada, no el celular, recorría cada nuevo espacio reconociendo lejanías.
Nunca más volví a ver Juana. Creo saber por qué. Juana se fue, huyó quizás, viendo como su obstinación no revertía la destrucción de cada uno de sus lugares. Lugares en los que el flujo del dinero avanzaba con obstinación familiar. Una de las múltiples traiciones a las que nos tiene acostumbrados la ciudad. Pero con Juana no, Juana no pudo soportar tanto regocijo perverso.
Creo que aquí debería decir que yo no me fui pero, sin embargo, me quedé con una angustia pronunciada y me siento un pelotudo. Un pelotudo que también es Juana añorando el pasado que un empresario vende en Internet. Un pelotudo que siente que lo que se pierde no se recupera y que la guita se va, inevitablemente se va.
Me quedan los besos de Juana. Me queda la mirada triste de Juana despidiéndose. Juana resiste, quién sabe desde dónde, y me ama en silencio en los espacios a los que nunca más vamos a volver. Ni ella ni yo, eso lo sabemos.

domingo, 2 de agosto de 2015

Territorios



Me dice que la lea, que la tengo que leer. Lo dice con una certeza que resuena pese a la ciudad y que la llena de espacios recorridos. Hay mantras necesarios y Gabriela Massuh es uno de ellos.
Primero fue La intemperie. Alguna vez me explicó que las novelas que más disfrutó son las que vuelven con paisajes, lugares, situaciones. Y a esta novela la leyó en Los galgos, bar que ya no está en la ciudad.

"(...) vieron de inmediato la destrucción de una topografía que había
tenido la identidad de sus habitantes y era sustituida por zonas de 
nadie construidas con patrones estándar, iguales en todo el mundo, para 
incentivar el consumo de productor también iguales en todas partes"


Desmonte, por el contrario, constituyó una lectura de interiores. Esta vez, me dijo, necesitaba descansar de tanto centro, apuro y ruido. Sintió, con Catalina, la protagonista, que se abrían nuevos recorridos. Sufrió con ella. 


"Como en todo momento de identidad, el mundo había dejado de 
existir. Sólo faltaba que uno de los dos se decidiera a cruzar 
el umbral que le ofrecía el otro"


Tardó más de lo que creía en terminar de leerla. Las historias se habían profundizado tanto en su cotidianidad que se resistía a abandonarlas. Allí leyó lo que necesitaba leer, la urgencia de los pueblos originarios, la violencia del silencio impuesto por medios de comunicación y gobiernos.


"Para los pobladores originarios de la zona son ´las tierras del ingenio´.
En su origen, el paisaje verde y ondulado estaba cubierto de fértiles
bosques subtropicales donde vivían guaraníes, chiriguanos, kollas
y algunos tobas" 


Ayer empezó con La omisión. Leyó las dos primeras páginas en el colectivo y como no tenía lápiz no avanzó. Porque necesita marcar el texto, porque la prosa de Massuh la atrapa y exige constantes lecturas y relecturas.


"La naturaleza también tiene brazos y cuando los alarga
cede la pesadumbre"




* Nota aclaratoria 

Se han intercalado con este color citas de las siguientes novelas:

Massuh, Gabriela. La intemperie. Buenos Aires: Interzona, 2008. (Página 12)
Massuh, Gabriela. Desmonte. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2015. (Páginas 19, 113 y 192)