domingo, 27 de septiembre de 2015

Las horas



Chyou espanta palomas. Desconoce el ritmo que le imponen colectivos y autos a la avenida, para Chyou el mundo se reduce a la fuente, el pasto, algunos nenes y las palomas.

Cuando llegó a la Argentina, una de las primeras palabras que aprendió fue Rivadavia. Aprendió muchas más que con el tiempo se le fueron escapando. Palabras, mundos, gente, todo se le iba imperceptiblemente. Chyou no se resistía, seguía el ritmo desacelerado de los días. Esos días que se acumulaban en una especie de engrudo inconcluso en el que se destacaba la plaza.

Los sábados a veces hay feria de las naciones con puestos, inflables, música, gente y comida. Chyou, sin embargo, prefiere los días apacibles de fútbol, los silencios intermitentes y el ritmo de termos y mates.

A veces Chyou espanta palomas. Es un momento breve pero extremadamente intenso. Chyou despliega la totalidad de sus fuerzas en accionar el botón, el dedo lo oprime suavemente y la silla se impulsa y avanza. Avanza despacio pero Chyou siente en ella la eternidad. Cuando las palomas vuelan Chyou las observa, se pierde entre cielo, alas, verdor. Y cuando cree haberlo logrado, cuando siente que es suyo el instante, la enfermera agarra la silla y cariñosamente le dice que ya es hora de volver, que se hizo tarde. Chyou muere una vez más.


Poema de Miguel Ángel Bustos


domingo, 13 de septiembre de 2015

Adiós a Pichín, el rey de la pizza canchera



Esta entrada fue realizada por Daniela De la Cruz

A fines del año pasado se me ocurrió, por una especie de deuda pendiente, pasar por la pizzería Pichín, ubicada en la calle Matheu, en Balvanera. Ahí fue el lugar en el que por primera vez sentí felicidad (a eso de los dos o tres años) cuando mamá iba al colegio nocturno y papá, como cocinaba horrible, me llevaba a este pequeño local. Me sentaba en unas banquetas que para mí eran para dinosaurios y le pedía a Pichín (cuyo apodo era el mismo que el de su negocio) una porción 
de cancha con una Fanta. Durante años quise hacerle saber a mi querido Pichín que su fórmula inigualable de preparar la pizza canchera (juro que el resto de las pizzerías son una farsa al lado de su fórmula), el modo dulce en el que me trataba a mí y las conversaciones alegres que mantenía con mi padre, me habían impreso uno de los recuerdos de afecto y de generosidad más importantes en mi vida. 

Me bajé del 95 recordando que Pichín tenía que enterarse de cómo disfruté hasta los cinco años de ir sistemáticamente ahí, siempre yo saltando, con dos colitas, por toda la casa porque papá me decía: "¿A que no sabés a dónde vamos hoy?". Que el lugar, las banquetas, el logo de Pepsi viejísimo colgado en la pared, las vitrinas, su mostrador, parecían haberse contagiado de la afabilidad de su dueño. Y que todo ese pequeño mundo, al menos para mí, fue como un oasis, por las penurias que vivían mis padres, jóvenes e inexpertos (recién llegados del interior), en su trabajo de encargados de edificio y que yo veía a y vivía a diario.
Me recibió encantado, hizo que probara todos los gustos de pizza. Y tímidamente le fui contando todo lo que recordaba. Pichín estaba asombradísimo y muy muy feliz: "Nunca me hubiera imaginado que alguien tan joven como vos sintiera todo eso por mi negocio, que lo emprendí con tanto esfuerzo, en el mercado Spinetto, allá, por los años sesenta".


Hace diez días Pichín se fue este mundo y siento el corazón roto. Recuerdo su último abrazo, que fue largo y tendido, y lo que me dijo: "Vení cuando quieras, nunca te haría pagar nada, gracias por compartir conmigo algo tan lindo"
Te voy a extrañar, amigo del alma de mi padre y mío.
Sos una hermosa persona y tuviste un gran corazón
que pocos -muy pocos- tienen en esta vida.